Nuestros Viajes

Ultimos días en Moscú.

¿Qué quieres que vayamos a ver hoy?” – preguntó Tania a Juan mientras desayunaban en el tétrico bar del hotel.

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Anoche, mientras dormías, estuve mirando un par de cosas que podrían estar bien” contestó Juan llevándose una cucharada de porridges a la boca. Desde que llegaron a Rusia, Juan tenía en mente ver una estatua de Lenin, pero no sabía cual era exactamente, ni dónde estaba, ni nada, sólo que era de Lenin y que era grande. De modo que aquella noche estuvo buscando en internet cual, y dio con ella. Se encontraba en el Centro Panruso de Exposiciones, en un extenso parque dedicado a los logros económicos, científicos y tecnológicos de la URSS. “Justo al lado del centro de exposiciones frente al metro, hay un Monumento a los Cosmonautas Rusos… ” – continuaba Juan – “… pero lo que más va a molar ver ahí, es la casa invertida que hay por el parque” – Diciendo esto le pasaba el móvil a Tania para que viera una foto de lo que quería ver. Realmente era una tontería; una casa boca abajo con el techo en el suelo y la base en el aire y que por dentro estaba todo también al revés – “¡Hala qué guay!” – exclamó Tania – “Y ¿Cómo vamos? ¿andando o en metro?” ; “En metro, está un poco lejos y a la vuelta, ya que vamos en metro, hacemos la ruta de las estaciones”. En un libreto que les habían dado en el hotel, marcaban algunas de las mejores estaciones de todo Moscú y decidieron tirarse un tiempo bajo tierra escogiendo algunas de ellas para ver.

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Una vez más, salieron a las calles solitarias de los alrededores del hotel, hasta llegar al metro.

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Apenas fueron ocho paradas y, efectivamente, en frente de la parada de metro, se hallaba el monumento a los cosmonautas.

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Se trataba de un cohete espacial que despegaba dejando una estela de humo, todo, representado en titanio y bajo el cual se hallaba el museo de la cosmonáutica.

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En la base del monumento había una inscripción que decía lo siguiente: “Y a la recompensa a nuestros esfuerzos fue que, habiendo triunfado sobre la opresión y la oscuridad, hemos forjado las alas de fuego para nuestra nación y nuestro siglo”.

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Continuaron su marcha y llegaron a la majestuosa entrada al centro de exposiciones. La gente llegaba desde varios sitios, todos con la intención de pasar el domingo por esos dos kilómetros cuadrados de actividades lúdico-culturales con parque de atracciones incluido.

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Había gente que paseaba, gente que patinaba o iba en bici, gente en las atracciones, gente en los museos, salas de exposiciones y gente que simplemente se sentaba en los jardines, bancos o donde pudiera para poder disfrutar de aquella soleada mañana.

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Según se iban adentrando y cruzando con la gente, a ritmo de una música que sonaba por unos altavoces dispuestos por todo el parque, una sensación de melancolía les iba invadiendo. Todo rondaba a lo que había sido la URSS, a lo que habían conseguido y daba la sensación de que la gente sólo se fijaba en el pasado. De hecho, la entrada al Centro era en sí un arco del triunfo. Muchos de esos triunfos eran de guerra, como las destacadas fechas 1941 – 1945 que se podían encontrar por todas partes en la ciudad, fue en la que transcurrió la Gran Guerra Patria.

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Cuando los Nazis invadieron la Unión Soviética en el 41 y acabó en el 45 con la caída de Berlín. Luego la conquista del espacio y, por supuesto, Lenin, Stalin, Gagarin, Dostoyevski…  Todo giraba en torno a esos triunfos pasados como si lo de ahora no valiese la pena.

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Era como si esa parte de Moscú, fuera el único sitio en el que poder ser feliz, pero en el pasado; de hecho, ahí a la gente se la veía reír, o al menos esa era la sensación que les daba. Absortos en esos pensamientos caminaban mirando de un lado a otro para no perder detalle y cuando levantaron la vista al frente, allí, a lo lejos, entre la gente, una figura grande, negra, sobre un pedestal sobre el que se hallaba la estatua de Lenin.

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Pero la visita no acababa ahí, tranquilamente se pasaron cerca de dos horas caminando de un lado a otro.

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Una de las partes que más les gustó fue la “Fuente de la Amistad de los Pueblos

panruso-fuente-2que estaba rodeada de las esculturas doradas de mujeres que lucen los trajes típicos de las quince repúblicas que formaban la URSS.

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Oye ¿no hemos visto la casa invertida por ningún lado?” – le preguntó Tania a Juan de pronto. Tenía razón, aunque el parque era muy grande aquella casa se tenía que ver desde algún sitio claramente, o debía de haber algún cartel o algo que indicase su ubicación.

 

El 3G del móvil no iba muy bien y no se cargaba nada, buscaron y encontraron un mapa físico de la zona en una valla, pero nada, anduvieron de un lado a otro y cuando ya estaban a punto de desistir, la página web se cargó, “A ver, si este edificio es este…” – decía Juan mientras buscaban referencias entre el mapa y la realidad – “…y esto de aquí es esto, entonces la casa debería estar…” – ambos se giraron – “… ahí.” – pero en ese ahí no había más que una gran explanada en la que no había nada.

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La dichosa casa invertida ya no estaba dónde había estado, así que, cansados, pusieron rumbo a la salida.

El sol empezaba a pegar fuerte ¿quién les dijo que en Moscú debía hacer frío en esa época? y aún había algo que querían ver pero fuera del parque. Anduvieron un rato más y se encontraron frente a la estatua del “Obrero y la Koljosiana”.

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Una estatua de unos veinticinco metros en la que están el Obrero (representando al trabajador industrial) con el martillo en alto en su mano izquierda y la Koljosiana (*) blandiendo una hoz en su diestra (representando al campesinado), formando ambos el símbolo comunista.

(*)Koljós, era una granja colectiva en la Unión Soviética y a su vez la contracción de una expresión rusa que significaba “Economía Colectiva”.

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El camino al metro se les hizo un tanto pesado, tenían hambre y sed y cayeron en que tenían en la mochila las uvas que compraron junto a las ciruelas ácidas el día anterior. “¡Qué buena idea has tenido!” – se alegró Juan cuando Tania se lo recordó. Con avidez, cogieron cada uno un puñado de uvas y se las metieron en la boca pero no podía ser, las uvas estaban aún más ácidas que las ciruelas. Fue una sensación desagradable, querer sentir algo dulce y encontrase con lo contrario pero, pese a ello, comieron unas cuantas para, por lo menos, saciar el hambre.

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De nuevo en el metro, escogieron una ruta para recorrer algunas de las estaciones, impresionándose con algunas,

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decepcionándose con otras por estar en obras o ser demasiado nuevas y no eran lo que buscaban pero,

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ninguna de ellas, les dejó indiferentes.

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Cuando salieron del metro les dio la impresión de haber pasado bajo tierra una eternidad pues la noche ya había caído.

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Salieron por la Plaza Roja con la idea de entrar a verla con las luces pero, al estar dando un concierto militar en las gradas de la Plaza, los accesos a la misma estaban cerrados a no ser que tuvieras la entrada para el espectáculo. Aún así dieron la vuelta para acercarse por la parte de atrás a la Catedral de San Basilio y verla con luz artificial.

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Pasaron por las calles iluminadas del Centro Comercial de lujo GUM y llegaron a la parte trasera de la Catedral a ritmo del rugir de sus tripas, a las que no les habían metido combustible debidamente desde el desayuno. Aún llegando por detrás, como por la mañana, no la pudieron ver como les hubiera gustado – “Ya volveremos en otra ocasión si eso” – se dijeron entre ellos pero sin creerse demasiado sus palabras.

En el nuevo día que amanecía, debían dejar el hotel a eso de las doce pero, el primer tren de su ruta transiberiana que les llevaría a la ciudad de Kazán, salía a las once de la noche y aún tenían que ver un par de cosas por la ciudad. “Creo que es mejor que paguemos medio día más en el hotel, dejamos aquí las mochilas y a la tarde noche, venimos, nos duchamos y nos vamos a la estación ¿te parece?” La opción que le proponía Tania a Juan le pareció más que buena idea y así lo hicieron.

Llevaban unos días en Moscú y aún no habían visto el Kremlin más que por fuera. Esa mañana volvieron caminando a la entrada principal.

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De camino, y ya en los jardines de los alrededores, volvieron a encontrarse con las fechas 1941- 1945. Un monumento con una llama permanente dedicada al soldado desconocido que luchó en esa batalla para impedir que los Nazis entrasen en Moscú.

Entre los árboles había una estancia acristalada donde la gente se agolpaba para comprar sus entradas al Kremlin. La entrada básica no era especialmente cara, pero solo te permitía pasear por dentro y ver los edificios sin poder entrar a la sala de armas, las iglesias y la reserva de diamantes entre otros. Si querían ver todo eso, tenían que adquirir otros tickets a parte y hacer la cola para comprarlos y, otra cosa no, pero cola, había un rato. Nunca han sido de entrar a ver museos a no ser que fueran realmente interesantes para ellos o que tuvieran algo que fuera de obligada visita, pero para ver armas, diamantes, iglesias y cosas así pagando un buen dinero, prefirieron no entrar e ir a ver la Catedral del Salvador por dentro que era de entrada libre.

El paseo hasta la Catedral fue un tanto incómodo. Empezaron a andar por una calle larga  de ocho carriles que circundaba la ciudad y no encontraban la manera de cruzar al otro lado para evitar pasar por una zona de obras polvorientas bajo un sol abrasador. Finalmente llegaron a la Catedral y la verdad es que les impresionó bastante. Desgraciadamente no se permitían hacer fotos en el interior de hecho, un hombre custodiaba en la estancia principal para que nadie se saltara esa norma, o si.

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El tiempo en Moscú llegaba a su fin pero aún les dio tiempo a pasar a ver de día el centro comercial GUM, en frente de la Plaza Roja, uno de los más bonitos y más lujosos de los que han visto.

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Las siglas G.U.M. significan en ruso; Principales Tiendas Universales. Este centro comercial se caracteriza por su larguísima fachada, por su techo acristalado que imita a las estaciones de trenes del Reino Unido de la era Victoriana y porque fue el mausoleo de la mujer de Stalin.

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El tren con destino Kazán salía a las once de la noche y tardaba catorce horas en llegar a su destino, por lo que después de comer se fueron de nuevo al hotel a descansar un poco, ducharse, preparar las mochilas y a las nueve ya estaban saliendo del hotel a la estación.

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Habían comprado los billetes por internet y habían impreso el billete y por si hubiera algún problema con ello quisieron estar pronto allí.

Si había algo que caracterizaba a casi todas las estaciones de tren en las que habían estado en su vida, era la cantidad de gente rara que en ellas uno puede encontrarse y esta, no iba a ser menos.

El edifico era antiguo, un tanto barroco, oscuro pero con unas grandes lámparas de cristal que no alumbraban mucho. Mostraron su billete a uno de la estación y les dio el visto bueno y les hizo entender que aún quedaba un buen rato para que saliera. Llegaron a la zona de espera situada en un extremo de la estación, hileras de bancos dispuestos en un amplio cuadrado custodiado por un hombre de “seguridad” sentado en una silla que sostenía un periódico en sus manos y que se mostró impasible cuando Tania y Juan pasaron a su lado. Todos los bancos desde las primeras filas hasta la mitad más o menos, estaban ocupados por gente aparentemente normal, familias, parejas mayores, jóvenes niños correteando… pero, ni un extranjero entre ellos. De mitad para el final, la gente empezaba a cambiar, empezaba la gente extraña, la gente de la que dudaban si estaban esperando la salida de su tren, si iban a pasar el rato o si vivían allí. Se sentaron en un lateral que hacía de limite de la zona de espera. En frente tenían todo tipo de gente, entre los cuales, un par de personas tumbadas sobre los asientos, de repente uno se incorporó, hurgó entre sus cosas, sacó algo de comer y lo dejó en el banco de su derecha, se puso en pie, extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo en ángulo de 45º con las palmas hacia arriba, cerró los ojos y empezó a farfullar algo haciendo una muecas muy raras. “Izvinitye” – o algo parecido escucharon a sus espaldas. Era un hombre de mediana edad vestido con tonos ocres, con una expresión rara en su cara que, entre gestos y palabras rusas, les dijo que quería pasar por encima de los bancos y que para ello quería que quitasen las mochilas de dónde las tenían. Así lo hicieron y el hombre pasó y se perdió entre la muchedumbre de gente rara. Parecía que habían puesto a todos los clichés de gente extraña y por duplicado en esa área… la mujer con carrito lleno de cosas, el borracho con la botella dentro de una bolsa de papel, la pareja de yonkis que parecían competir por cual de los dos tenía menos dientes en su sitio etc… “Allí parece que hay un restaurante italiano ¿te parece que vayamos a comer una pizza y esperamos a que salga en el panel el número de anden desde el que saldrá nuestro tren?” La idea que tuvo Juan era más que buena.

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A las 22:33 su tren llegaba a la estación y pudieron subir. Era un tren de dos pisos que les dio muy buena impresión. Buscaron su vagón y a la entrada de este un hombre con un uniforme pulcro les recibió con una discreta sonrisa, pero una sonrisa al fin y al cabo. Se trataba del “provodnitsa”, el encargado de hacer que el vagón al que estaba destinado, estuviera limpio y ordenado y hacer que los pasajeros estuvieran lo más cómodo posible. Les recibió con una sonrisa, les chequeó los billetes y mediante gestos hizo que le siguieran para mostrarles su departamento y hacerles una especie de tour por el vagón. El camarote que habían escogido era de segunda clase y de cuatro literas que, por suerte, las otras dos no se ocuparon y fueron todo el trayecto solos.

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Todo estaba limpio, todo estaba bien cuidado, todo era bastante nuevo, con bollería de bienvenida, un hilo musical agradable cuyo volumen podían regular, sábanas nuevas y muy limpias, todo fue un cúmulo de buenas sensaciones por lo que pasar catorce horas en ese lugar se hizo más que llevadero.

La cosa empezaba bien y pensaron que todos los trenes serían del estilo… craso error.

 

3 comentarios

  1. José Miguel y Marisa

    Hola Wapos: acabamos de leer vuestras aventuras por Moscú. Son muy interesante, sobre todo la desaparición de la casa invertida!. El metro es una pasada y el Parque con las estatuas y símbolos muy bonito aunque es algo frio. ¿Habeis visto la tumba de Lenin que creemos que era muy visitada, Pensamos que hicisteis bien al preferir ver la Catedral de San Basilio en vez de perder tiempo para ver el museo y mucho más barato, jaja. Nos da la impresión de que viven del pasado.
    Esperamos ver el final del viaje en tren y Kazan y sus kosakos. Besos

  2. Yorei

    Hola!!!
    Nunca he estado en Rusia, pero también me da la impresión de que se han quedado enganchados en el pasado, aunque la ciudad debe ser alucinante, las avenidas son enormes y creo que las estructuras y edificios también deben ser gigantes.
    Estoy enganchadísima y los sigo muy de cerca, sigan contando!!!
    Besos

  3. marta alonso

    Vaya pinta rara que tenía el restaurante del hotel…madre mía!! Me han encantado las estaciones de metro…qué pasada!! También me ha gustado mucho el monumento a los cosmonautas.
    Respecto a la Segunda Guerra…es normal que no quieran olvidar, perdieron muchos hombres, casi 9 millones…si uno se para a pensarlo se le ponen los pelos de punta…
    Chicos me encanta…quiero más para leer!!!
    Besos y…buen viaje!!

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