Nuestros Viajes

La Ciudad Azul, Jodhpur.

Una cosa es segura, lo de cruzar los dedos es la mayor parida de la historia. El autobús era otra tartana, lo que nos dio rabia fue que antes que el nuestro habían pasado unos cuantos muy nuevos y que nos dieron falsas esperanzas. Nos subimos y esta vez no nos permitieron dejar las mochilas en los maleteros. De modo que con las cuatro nos metimos en nuestro cubículo en frente del de Sabrina, nos acomodamos como pudimos esperando que las nuevas catorce horas pasaran rápidamente.

 

Arrancaron con el bus medio lleno y entre la salida y la primera parada no conseguimos ponernos cómodos. Todo se volvió en una madeja de quejas entre nosotros, pero lo que pasó a continuación hizo que nos metiésemos la lengua en la boca y la cerrásemos. Al bus empezaron a subir un montón de hindúes; mujeres, niños y hombres iban pasando al fondo ocupando los sitios libres. La gente no paraba de subir y detrás nuestro, en otro cubículo doble, Sabrina vio como se metían doce niños de varias edades. Cuando ya estaba todo lleno, el bus continuó su marcha pero hizo otra parada y volvieron a subir una cantidad increíble de personas que se iban acomodando en el suelo y que nos sonreían amistosamente y nos pedían fotos mientras nosotros observábamos la situación desde arriba sin dar crédito a lo que estábamos viendo: “no creo que vayan a estar ahí tantas horas…se bajaran en un par de paradas…” dije. Pues no… ¡LAS CATORCE HORAS TIRADOS EN EL SUELO! Con los baches, el calor, el olor, la suciedad… lo que más nos tocó la fibra, fue un niño que se encajó, no sé cómo, entre un asiento y la escalera que había para subir a las camas en una postura de lo más incómoda.

Nos planteamos el hecho de decir a algunos que se subieran con nosotros pero cuando nos dimos cuenta, la mayoría ya estaban dormidos unos encima de otros, no creo que fuera la primera vez que viajaban así y tampoco creo que hubiera sido buena idea decir lo que pensábamos decir. Menudo viaje que nos dimos y que por supuesto se dieron. Encima los conductores eran unos capullos. La cabina tambi y sóraban te e otros. Menudo viaje que nos dimos y que se dieron, encima los conductores eran unos capullos. La cabina estaba lén estaba llena de gente, todos amiguetes y refuerzo del conductor para tan larga travesía. Sólo paraban cuando a ellos les apetecía vaciar la vejiga. En una de esas paradas bajé tratando de no pisar a nadie para ver si me daba tiempo a vaciar la mía, pero cuando se lo pregunté me miraron todos con cara de asco menos el conductor que ni me miró. Por el rabillo del ojo observé que uno de ellos estaba orinando en medio de la carretera, pero a mi no me dejaron. No me quedó otra que hacer lo propio en una botella sin tapón que teníamos en la cama tratando de no mojar nada con la de baches que había y en una de estas que el bus se acercó a una gran mediana con arbustos, lo tiré. No me siento orgulloso de ello, además, creo que debería haber vuelto a la cabina y rociarles a todos con mi dorado liquido…me quedé con las ganas.

Llegamos a la Ciudad Azul, que no es sólo un nombre, es que realmente es azul.

La mayor parte de las casas están pintadas de ese color con un par de propósitos, refrescar y “ahuyentar” a los mosquitos y es que, en un pueblo como este, en medio del desierto y con unas aguas estancadas a modo de lago y lleno de mierda, es muy normal que haya ambas cosas. Nos habíamos echo la idea errónea de que sería un pueblo pequeño y acogedor, del estilo de Pushkar o Udaipur, pero ya nos habían avisado que no era lo que pensábamos. Era más grande de lo supuesto, con mucha gente, tráfico, estrés y lo típico, basura, polvo etc…

Todo rondaba alrededor de tres cosas típicas: Uno; el color de las casas. Dos; la plaza de la torre, que se encontraba en medio de la ciudad y tenía un mercadillo constante y un bar en el que se recomendaba, en todas las guías, pedirse el mejor “Lassy” de toda la India (una especie de yogurt con sabor a limón que es el clásico, luego hay de mil sabores). El “Lassy” en Jodhpur es lo que la Horchata a Valencia o el Chocolate con Churros a Madrid. Tres; el Palacio, enorme, que se ve desde cualquier punto del pueblo ya que está sobre una colina y que tiene mucha historia y es muy importante.

Llegamos pronto por la mañana. Desde donde nos dejó el bus, hasta donde teníamos echa la reserva había un largo trecho. Si, por primera vez en todo el viaje teníamos una reserva…bueno, realmente la hizo Sabrina que llamó la misma tarde que salimos para allá para no quedarnos sin alojamiento, aunque de todas formas estaba bastante vacío de turistas y es que no era una buena época para estar por esa parte de la India debido a que era cuando empezaba la estación más calurosa; de cuarenta por la mañana no bajamos (y esos cuarenta eran a las nueve de la mañana) y de treinta y ocho por la noche. Menos mal que el hot… la barata Guest House, tenía lo que ellos vendían como aire acondicionado.

El Tuc-tuc nos dejó en la plaza de la torre y de ahí anduvimos un poco hasta la calle de nuestro alojamiento. Era muy pronto, la verja de fuera estaba cerrada y el chaval (no pasaría de los trece años) que nos recibió nos ayudó a saltarla, él no tenía la llave hasta dentro de un par de horas. Se trataba de un edificio de tres pisos y en el cuarto el restaurante, con unas escaleras muy estrechas, cabíamos de uno en uno y con las mochilas, escasamente y no tenían ninguna habitación ocupada, salvo en la que dormían el chaval y dos chicos más.

Escogimos las dos “mejores” y aunque estaban hechas polvo parecían confortables… cualquier sitio es mejor que dormir en un bus. Según entramos, me tropecé con un cubo metálico enorme en el que leí en un lateral: “Dessert Cooler”. “What is this?” pregunté extrañado mientras continuaba para dejar la mochila en la cama, “This? It´s the Air Conditioner”. Me giré aún más extrañado y lo vi de frente. Era casi tan alto como yo (si, lo sé, entonces sería pequeño, que graciosos) y tan ancho como un paso, una rejilla a cuadros protegía del contacto con una enorme hélice.

El chaval lo puso en marcha y a parte de hacer un molesto ruido no enfriaba una mierda. El chico quitó una enorme plancha de metal de un lateral y nos enseñó el mecanismo de refrigeración: “No works good, because need water here”, dijo señalando una especie de palangana debajo del motor y procedió a echarle agua. Se ve que el agua, mediante un mecanismo, empapaba una, una… no se, empapaba algo y cuando el ventilador se pusiese en marcha tenía que salir aire fresco. Pese a los esfuerzos del chaval, eso seguía sin enfriar nada, pero estábamos donde estábamos y sabíamos cómo funcionaban las cosas allí de modo que cuando lo puso de nuevo en marcha, nos pusimos delante y mientras asentíamos dije: “Now it´s Ok” y el chico se fue contento.

Nos duchamos, con agua fría que se agradecía, nos preparamos, desayunamos en la azotea donde nos sirvió también el chaval (lo llevaba casi todo con una sonrisa en la cara muy sincera) y salimos a ver el Palacio.

Una caminata corta, pero en cuesta y, acuestas, llevábamos el sol cargado a la espalda. Delante de la única puerta de entrada al palacio compramos una botella de agua congelada, la última, en un puestecillo.

 

Eran las doce del mediodía cuando compramos la entrada, con ella, nos dieron un audio-guía que nos explicó todo lo que a Jodhpur y su Palacio concernía.

Cómo vivía en Rey con sus tantas mujeres, lo inexpugnable que fue dicho Palacio por su posición estratégica, la cantidad de veces que habían intentado entrar en él a la fuerza etc… un montón de historias de las cuales, ahora tiempo después, no recuerdo ni una. Fue una muy agradable y cansada visita.

El chico del hotel no salía de él en todo el día, pero en el momento de nuestra comida tuvo que salir a pedir un plato de comida que habíamos pedido y que por ser temporada baja no tenía los ingredientes necesarios. Durante la comida nos acompañó una ardilla muerte de hambre y de calor que nos visitó todas las comidas que hicimos allí.

De postre decidimos ir a probar el famoso “Lassy” de la plaza del mercado. El local era de lo más mugriento pero aún así estaba hasta los topes, como la chocolatería de San Ginés de Madrid el uno de Enero.

Todos los clientes estaban sentados apelotonados y en un momento dado, un grupo de ellos, nos dijeron que nos hacían un hueco. Agradeciéndoles el detalle lo pillamos para llevar y lo bebimos de camino al hotel para disfrutar de nuestro “Dessert Cooler”. El “Lassy” no estaba mal pero nos lo habíamos imaginado mucho mejor.

La tarde pasó lenta y un tanto aburrida, no había mucho que hacer o, mejor dicho, con ese calor no apetecía hacer mucho. Caída un poco la tarde salimos a dar una vuelta para callejear entre las azules casas y las sucias calles.

Saliendo de las “vías” principales el agobio era menor y nos encontramos con un montón de gente que nos miraban con unas expresiones de curiosidad y asombro.

Una calle a la izquierda, una callejuela a la derecha y nos encontramos en una especie de plazoleta, donde las familias de las casas pasaban el rato sentados en el suelo a las puertas de sus hogares. Nuestras miradas se dirigieron a una en concreto, donde una mujer joven sostenía un recién nacido entre sus brazos que tenía los ojos pintados, por el mal de ojo, que se evita pintándoselos. Tania se acercó para sacarles una foto tras esquivar una vaca, un poste y un charco lleno de mierda. A la joven mujer le hizo mucha gracia que le hiciera una foto, es algo que les encanta, porque la mayor parte de la gente no se ha visto en una y cuando se ven se parten de risa. Agradecida, la mujer hizo que Tania se sentara un rato con ellas mientras yo les tiraba más fotos. En un momento dado la mujer con una sonrisa de oreja a oreja le ofrecía su hijo a Tania para que lo cogiera. Me miró con los ojos abiertos como platos, con lo poco que le gusta cogerlos tan pequeños, “¿qué hago, lo cojo?”, “no se, cógelo, pero que no se te caiga” le comenté entre risas y me fulminó con la mirada. Lo cogió, con una cara de foto, que por supuesto tomé , y que les enseñé. La verdad es que fue algo sorprendente y ya nos había pasado lo mismo en el Palacio con otro niño que cogió Sabrina, no sabemos con qué fin lo hacen, yo no dejaría coger a mi hijo a un desconocido pero llegamos a suponer que tenía que ser porque les daba buena suerte o algo por el estilo, son muy dados a esas cosas.

El paseo continuó encontrándonos con un montón de chiquillos que posaban ante el objetivo y se reían con las fotos.

Acabamos en la azotea de un hotelucho llevado por un niño de diez años que se sentó con nosotros mientras nos tomábamos un refresco (la Coca-Cola, el Sprite, la Fanta, son internacionalmente conocidos y es posible encontrarlos hasta en los sitio más remotos y que siempre son bien recibidos). Los niños por estos lares, tienen una infancia de lo más corta, son “obligados” a madurar lo más temprano posible para poder trabajar. Son niños, pero con una forma de hablar y de actuar propia de un adulto. Por lo general tener un niño es bueno pero el tener una niña no es tan agradecido por aquello de la mano de obra y porque en el supuesto caso en el que se case el padre corre con la mayoría de los gastos.

A las cuatro de la tarde del día siguiente estábamos en la estación de bus para coger uno destino Pushkar. El tiempo se nos iba acabando y teníamos ganas de pasar unos días más en ese pueblo que tanto nos gustó y en donde teníamos que hacer las ultimas compras.

En el bus, de nuevo sin aire acondicionado, se podía freír un huevo tranquilamente a esas horas, cruzando el desierto y con las mochilas en el regazo nos despedíamos de Jodhpur, un precioso pueblo que se hizo un hueco tanto en el lado bueno como en el malo de nuestra experiencia en la India.


2 comentarios

  1. Franinnn

    me encantan sus aventuras!

  2. Tania

    Qué bien lo hemos pasado! Pero sabes que en poco tiempo nos volveremos a ir de aquí (España), iremos a conocer lugares nuevos, costumbres distintas y experiencias increíbles..sabes que el empujón ya lo hemos dado y sólo nos dependemos de una cosa… muy pronto, jajajajaja 🙂

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