Nuestros Viajes

Acabando Rusia. Ulan-Ude

Una mujer amable, simpática y con una amplia sonrisa, les vendió los billetes en la estación de tren desde la que partirían para Ulan-Ude y cuyo tren sería el último que cogerían dentro de Rusia; el que hace la ruta trans-baikal y, del que dicen, es el trayecto más bonito.

Llegaron con tiempo a la estación, “Hello, where do you go?” – Les preguntó de buenas a primeras un hombre que estaba apoyado en la pared de la estación, de aspecto rudo, con la cabeza rapada, un tanto sucio y con mal aliento. No era la primera vez, ni sería la última, que les ocurría algo parecido a la llegada o salida de una estación; pero como ya están de vueltas con ese tipo de cosas, siguieron su marcha sin hacerle ni caso. Pero aquel hombre no se dio por vencido y les empezó a seguir. Juan miraba de reojo un tanto mosqueado pero no quiso preocupar a Tania con tontadas. En la puerta de la estación, cruzaron un arco de seguridad y aquel hombre cruzó tras ellos. Tania se detuvo pues no sabían el anden desde el que debían coger su tren. Miró los billetes y de nuevo alzó la vista. “Vamos a preguntarle a aquel hombre de ahí” – Dijo Juan señalando a un policía de la estación que les daba la espalda – “¡Hey! Where do you go?” – Volvió a sonar a sus espaldas la voz del hombre rudo que se les acercaba decididamente aunque Tania no se percató de ello – “¡Drásztvuitye!” – Empezó Tania a decir al policía que se dio la vuelta con una sonrisa en la cara. El rudo, al ver al agente que se acercaba a ellos giró en redondo y salió por donde había entrado. Tania continuó de la manera más concisa para que el hombre, que le cogió el billete para verlo, la entendiera – “Platform to Ulan-Ude?” – El agente les indicó con los dedos de la mano el número de vía y siguieron las instrucciones mientras Juan dedicaba una fugaz mirada hacia atrás, hacia la calle, donde el rudo observaba cómo desaparecían entre los pasillos de la estación.

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Como era un viaje corto (si lo comparamos con los anteriores, lo era), tan sólo unas ocho horas, cogieron en tercera clase con la duda de cómo sería ese tren teniendo en cuenta que el anterior cogido fue como fue. Afortunadamente no les pareció que estuviera mal.

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Había mucha gente, prácticamente lleno, pero los rusos que tenían al lado fueron matejes e incluso intentaron entablar conversación con ellos pero no se pudo progresar más de lo típico por falta de entendimiento.

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El tren partió y, en poco más de dos horas, ya circulaba a orillas del lago regalándoles unas maravillosas vistas. Sin duda, era el trayecto más bonito de los que habían visto y ambos se deshicieron tirando fotos. En un momento dado se levantaron para ir a la zona de entre vagones,

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donde una ventana les daba acceso a unas mejores vistas, sin gente, del lago y la vía serpenteante entre los árboles.

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Cuando volvieron, dos chicos de unos veinticinco años, de ojos rasgados y pelo muy negro estaban ocupando sus sitios. Tania, educadamente, les mandó a tomar aire y ellos, claramente, volvieron a sus sitios.

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Tania” – Empezó a decir Juan susurrando – “Hay dos tíos ahí que llevan una insignia o un pin del tío este, el Queen John Yung” – “¿De quién?” – “Del de Piyongyung, Pynyonyang, Pyong… el de Corea del Norte” – “¿Qué dices?” – ”Si espera que le saco una foto disimulada” – “Hazla rápido para que no te pase como con la monja que estos nos fusilan aquí mismo” – Ambos rieron ante la exageración de Tania y al rato ella pudo ver con sus ojos a uno de los hombres a los que se refería.

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A pesar de ser un trayecto bonito, ocho horas, eran muchas y para pasarlas más rápidamente se echaron una cabezadita.

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Ulan Ude, es otra ciudad importante de Rusia debido a dos cosas; una, estar a la orilla este del lago Baikal y dos; ser el punto desde el que partir para entrar en Mongolia y por eso estaban allí. Lo iban a hacer en bus y, quizás, no era la manera más cómoda de cruzar la frontera pero, por tierra, era la mejor y más rápida de las opciones ya que, el tren, tardaba en cruzar, unas veintitrés horas, y es que han de revisar las visas de los todos los pasajeros a la salida de Rusia y entrada en Mongolia y encima inspeccionar todo el tren.

¿Sabemos cómo llegar al hotel?” – Preguntaba Juan mientras salían de la estación de tren de Ulan Ude – “La verdad es que estaba cerca, pero no me queda mucha batería en el móvil y los datos se acabaron ayer” , “Bueno vamos a intentar llegar con la captura de pantalla de la ruta que hice con el mío ayer”. Subieron unas escaleras y se encontraron de frente con un mapa de la zona y entre ese y la captura que decía Juan, estuvieron intentando orientarse. “Para allá” – Dijo Juan decidido, pero al poco – “No, creo que es para el otro lado”, pero en el otro lado – “No, no sé por dónde. Porque esta calle es esta y esta de aquí no sé cual se supone que debe de ser. Volvamos al mapa de las escaleras”. Juan no daba una. La siesta que se había dado en el tren le había dejado más atontado que de costumbre. “Anda, voy a mirar el móvil”. La aplicación del teléfono, aún sin internet, les localizaba a ellos y al hotel y, aunque no les creaba la ruta a pie más conveniente, dieron con la calle del hotel y aún les aguantó la batería. “A ver, vamos al número veintiuno, que es este” – Decía Tania y ambos levantaron la mirada hacia el edificio que tenían en frente. La zona parecía un barrio familiar, con bloques de pisos de hasta diez alturas y, todos, parecían tener algo de vida menos al que estaban mirando. “Parece abandonado” – Comentaba Juan haciendo una mueca – “Voy a mirar por detrás a ver si hay algún cartel del hostal”. Mientras Tania daba la vuelta al edificio Juan miraba por delante por si se les hubiera pasado algo por alto.

Los edificios empezaban a adquirir un color anaranjado, el sol se empezaba a poner.

Nada, por atrás no hay nada” , “Por aquí tampoco. Preguntémosle al poli que está dentro del coche”. El policía salió de su vehículo cuando le hubieron preguntado si podía echarles una mano a encontrar el lugar. Era un hombre de unos treinta y pocos años, no mucho más alto que Juan, con lo que podría decirse que era bajito y más en una tierra en la que la mayor parte de la gente, es grande. Ahí también fueron notando la mezcla racial. Iba uniformado de pies a cabeza con todas las protecciones habidas y por haber. Parecía sacado del Detroit de la película de Robocop. Seriamente miró la dirección en cirílico que le enseñaban y frunció el ceño – “Is this street… maybe in the back” les dijo seriamente. Volvieron por la parte de atrás. Todas la puertas de acceso a los edificios eran de chapa metálica, todas tenían un telefonillo a la izquierda y, todas, unos botones del uno al diez a la altura de lo que tenía que ser la cerradura. Miraron y volvieron a mirar y, por si acaso, miraron de nuevo pero el hostal no daba señales por ningún lado. Al volver sobre sus pasos sin saber qué hacer, el policía salió otra vez a su encuentro – “You… don´t… find?” – Dijo lentamente como buscando las palabras mentalmente y prosiguió – “I call, wait”. Cogió el número de teléfono y llamó. Tres intentos después contestaron. El agente les hizo una señal para que le siguieran y volvieron por detrás del edificio. Se acercó a una de esas puertas de chapa y colgó – “This door, tocad piso siete, dos, B” – Juan, se acercó y tocó pero nadie contestó. El agente volvió a llamar. Ellos no tenían ni idea de cómo le estaba indicando la persona que contestaba al teléfono, pero ni en su idioma se ponían de acuerdo – “Wait, five minutes, but creo que es mejor que os busquéis otro hotel, ahí mismo hay uno nuevo” – Les dijo finalmente señalando en una dirección y se quedó con ellos esperando. Un rato largo después, de la última puerta de todas, a la que no miraban, salió una mujer joven y muy delgada, de rasgos para nada rusos, pero hablaba en ese idioma con el agente, que se despidió de ellos y se fue. La chica se les quedó mirando como un pasmarote sin decir nada. “Hi, we tenemos una reserva a nombre de Tania” – Dijeron entre los dos – “Ehhhhh” – Fue lo único que articuló la chica y les hizo seguirla para entrar en el edificio, subir siete pisos andando y llegar al hostal que estaba vacío. “Sorry, not trabajo aquí” – Pronunció al final tras varios intentos de decir algo mientras subían. No entendían nada de lo que estaba pasando, era todo my raro y sus caras reflejaban cansancio y preocupación. El hostal no tenía mala pinta pero no había nadie – “¿si ella no trabajaba ahí, quién era y porqué cogía el teléfono y les hizo subir?” – Pensaron cada uno para ellos mismos – “You have habitación doble reserva?” – Afirmaron ellos con un cabeceo – “Your room this” señaló a la que tenía en frente con la puerta semi abierta, en la que entrevieron la cama deshecha y algo de ropa por ahí tirada – “Wait, for el jefe, yo la limpia ahora la room” –  Y se fue. No llegaban a entender bien lo estaba pasando, dejaron las mochilas en el salón comedor y se sentaron en el sofá a descansar un poco – “Qué cosa más rara es esta ¿no?” – Dijo Tania mirando en rededor – “Ya ves ¿quién es esa tía entonces?” , “No sé Juan pero no me fío, y encima la habitación estaba ocupada y no tiene ni llave ni cerradura ¿Te has fijado?” , “No, no me había fijado. Qué rabia, porque tiene buena pinta el sitio, no sé qué hacer, ¿nos vamos o esperamos al boss? mira a ver si pillas internet y buscamos otro hotel por aquí cerca. Espera que pongo a cargar el móvil” – En ese preciso momento entro un hombre, aparentemente más joven que ellos, muy sofocado, como si hubiese subido corriendo – “Hi, i´m el jefe, ¿qué tal?” – Tenía un aspecto raro, a parte del sofoco, tenía la mirada medio perdida y no daba muy buenas sensaciones – “En seguida viene de nuevo la chica y os limpia la habitación” – Continuó diciendo como si todo aquello fuese normal. Ellos tenían una mosca detrás de la oreja o mejor dicho, un moscardón. Nada tenía ni pies ni cabeza – “We don´t comprendemos nada. Vamos a ver, llegamos a la calle del hotel y nos cuesta encontrarlo porque no hay ninguna indicación, nos abre una mujer que no trabaja aquí y nos dice que subamos. Nuestra supuesta habitación parece ocupada…” , “Ya, es que estaba…” – Cortó el Boss a Juan – “yo en ella, pero ya me voy” – Concluyó – “Bueno, mira, lo siento pero todo esto no me parece nada serio. Quiero poner una reclamación y…” – Dijo Juan bastante mosqueado aunque suponía que eso de las reclamaciones en Rusia no existía – “No bueno, es que yo…” – Volvió a cortar a Juan – ”…no soy el dueño. Sólo le estoy echando una mano” – Atónitos se miraron, se pusieron en pie, cargaron las mochilas y se encaminaron a la calle – “Nos vamos a otro lado” , “Si queréis os hago un descuento” – Dijo como último intento para que se quedasen – “No, gracias nos vamos igualmente. Adiós” – Diciendo Tania esto, dio por terminada la conversación y bajaron de nuevo los siete pisos. “Joder menuda mierda ¿qué hacemos ahora? tener que buscar un hotel a pata; a las…” – Sacó Juan su móvil del bolsillo y prosiguió – “Eran las siete de la noche, me da una pereza… ¡Vaya panda de impresentables, coño!” – Mostraba su hastío con la situación – “No te preocupes, podría ser peor… podría llover” – Volvía Tania a sacar a relucir la peli de El Jovencito Frankenstein con una sonrisa burlona en su cara para tranquilizar un poco a Juan que se le estaba poniendo cara de demoniete balinés. Ambos rieron negando con la cabeza y volvieron a la calle principal. “¡Mira!” – Señalaba Tania el cartel del hostel que les había indicado el policía en la acera de enfrente – “Vamos a ver si tienen habitación”.

Yes, we have a double room disponible, con baño compartido” – Les dijo una mujer bajita de rasgos asiáticos y tez oscura que estaba tras el mostrador del hostal con sus dos hijas pequeñas.

El sitio era efectivamente nuevo, tenía una sala enorme con cocina a un lado, sofás al otro, mesas para comer en medio y un pequeño altillo que hacía las veces de chill-out en un extremo al fondo. Todo muy bien decorado, con un montón de habitaciones, unas con literas para compartir y otras habitaciones dobles como la que les dieron a ellos. Los baños estaban separados por sexos, con su tira de duchas impecablemente limpias y, además, sólo había cuatro personas alojadas incluidos ellos.

Iban a pasar dos noches en esa ciudad en la que, no tenían mucho interés, por no decir ninguno. Era la última de Rusia y querían que pasase el tiempo lo antes posible para irse a Mongolia. La experiencia en ese país no había sido del todo buena, no por el país en general sino por sus frías y amargas gentes a las que no están nada acostumbrados.

Buscaron, por buscar no por interés, algo que la ciudad pudiera ofrecerles, pero tan sólo algunos museos, algún que otro templo budista, y alguna que otra plaza de mayor o menor importancia era lo más destacado y, ya que museos, a no ser que fuesen  especiales, no iban, de templos budistas, estaban más que servidos y las plazas, eran, simplemente eso, plazas pues Ulan Udé era una ciudad que no les decía nada. “Vamos a la estación de bus mañana por la mañana para pillar el billete a Mongolia y vemos lo que tengamos de camino y ya” – Dijo Juan con algo de desgana. Tania asintió y salieron a comprar algo de comida al super que tenían al lado y que estaba, las veces que fueron, siempre lleno de gente.

Tania, me voy a dar un agua, que ya huelo a chotuno; chotuno que lleva un día sin ducharse” – Tania le miró frunciendo el ceño con cara de pensar “¿Qué dices?” pero con una sonrisa en los labios – “¡Yo que sé Tania! Estoy cansado y es la hora de las paridas”. Se puso la toalla al hombro y salió para el baño. Cuando estaba cruzando el área común, una voz en Español de dijo: “Sois españoles ¿no?” – La voz venía de la zona chill. Se trataba de un Español de pelo rapado y barba de tres días. “¡Vaya! ¿Qué tal? soy Juan y soy de Madrid” – Decía saludando desde abajo con un meneo de su mano. Él se llamaba Jesús, de Salamanca y, tras un rato de conversación, en la que ambos comentaron que iban camino de Mongolia, llegaron a una de esas coincidencias que se dan de vez en cuando. Tanto ellos, como Jesús, habían trabajado en un pueblo de Inglaterra llamado Milton Keynes. Pero el punto en común era que, para los tres, ese pueblo era el peor sitio en el que habían estado viviendo. El había trabajó como informático en una entidad bancaria española con sede allí. “¡Madre mía! ¡seis años en ese pueblo!” – Exclamaba Juan levantando las cejas y torciendo el rostro a modo de desagrado mientras Jesús bajaba de la zona chill para seguir hablando con él- “Ya tío pero la idea era ahorrar todo lo que pudiera para pegarme un largo tiempo viajando y, aquí estoy. Lo dejé todo y empecé hace dos meses y aquí estoy” – Contestaba Jesús contento. Estuvieron hablando un buen rato sobre los rusos, los trenes, los lugares y sobre lo que les había pasado a ellos con el hotel y la ayuda del policía. “¿Os hecho una mano un policía? Según me han contado es mejor no preguntarles nada a la poli porque te la pueden liar, pedirte el pasaporte para ver el visado y ponerte algunos problemas para que le tengas que pagar alguna multa sacada de la manga” – Le dijo Jesús – “Pues a buenas horas me entero de eso. No es la primera vez que le preguntamos a un poli para que nos eche un cable” , “Bueno eso me han dicho pero ya sabes, del dicho al hecho…”.  Se oyó el abrir y cerrar de una puerta y acto seguido apareció Tania con las cosas preparadas para darse ella también una ducha – “Mira Tania, este es Jesús es de Salamanca también ha hecho el Transiberiano y va mañana a Mongolia” – “¡Ah qué bien! la verdad es que me suena tu cara, lo mismo nos hemos cruzado en algún lado” – “Pues lo más seguro” – Añadió Jesús – “Bueno, me voy a la ducha que hace fresquete” – Se despidió Tania que iba tapada con la toalla yéndose a las duchas – “Oye Jesús, pues molaría vernos de nuevo en Ulan-Bator” – Dijo Juan – “La verdad es que sí, además, según tengo entendido en Mongolia hay que moverse por tours y cuantos más seamos mejor nos saldrá de precio” – “Pues si, lo miramos a ver, aunque bueno, tú vas mañana y nosotros dos días después” – “Si podemos lo cuadramos, sino nos vemos en algún lado de fijo” – Seguidamente Jesús miró su teléfono y añadió – “Te voy a tener que dejar que he quedado con una amiga y se me va a hacer tarde. Qué rabia, por una vez que me encuentro con alguien con quién poder hablar tranquilamente y justo he quedado” – Juan sonrió y dijo – “Bueno, así yo me voy a la ducha que me hace falta”.  Al poco de estas últimas palabras, se dieron los teléfonos, se despidieron y cada uno continuó su marcha.

¡Joé qué rabia!…” – Exclamaba de repente Juan cuando estaban a punto de irse a dormir – “…he olvidado lavarme los dientes” – “Pues te hacía más falta que la ducha” – Contestaba Tania partiéndose de risa ante la mirada burlona de Juan. Salió con el cepillo ya en la boca y cuando abrió la puerta del baño, un chico de ojos rasgados y pelo negro, daba un respingo del susto que le dio al entrar en el lavabo – “Sojrry” – Juan se disculpaba con la boca llena por haberle asustado. El chico asiático se rió y ambos siguieron a lo suyo – “La verdad es que este tío me suena de algo” – Pensaba Juan mirándole de reojo o por el espejo. El asiático se marchó antes de que Juan acabase con la limpieza bucal que tanta falta le hacía y al salir se lo volvió a encontrar de frente en la puerta de su habitación en la que también se hospedaba Jesús – “Excuse me…” – Empezó el chico – “… ¿Vosotros veníais en el tren de Irkutsk, verdad?” – Entonces fue cuando Juan entendió porqué le sonaba su cara; era uno de los chicos que se sentaron en su sitio en el tren de Irkutsk a Ulan-Ude – “¡Yes! you también verdad?” , “¡Sí! Los que se sentaron en vuestros sitios” – Juan sonreía a la vez que decía – “¡Es verdad! Por eso me sonaba tu cara” – Ambos se rieron y Jin, que era como se llamaba, continuó – “Sorry por lo del tren, pensábamos que ya os ibais” , “¡Oh! no pasa nada, no te preocupes”. Su voz era peculiar, algo aguda y tenía un acento muy curioso, era de Corea del Sur. Él también iba a ir a Mongolia el mismo día que ellos y también en bus, pero iría a comprar el billete a la mañana siguiente un poco tarde puesto que pensaba salir a tomar unas cervezas. Estuvieron hablando un rato más, pero Juan estaba cansado así que, en cuanto pudo, se disculpó, le deseó buenas noche y se fue a su habitación – “Está aquí el Coreano que se sentó en nuestros sitios en el tren” – Informaba Juan a Tania – “Qué justo ¿no?” , “Ya ves, y también va a ir a Mongolia, pasado mañana. Creo que Jesús y Jin son las primeras personas normales que nos encontramos por Rusia” , “Si, la verdad es que no nos hemos cruzado con mucha gente de esa” – Bromeaba Tania.

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Mierda, no sé que me pasa en esta ciudad que no me encuentro ni yo” – Decía Juan mosqueado consigo mismo por no poder orientarse bien. “Menos mal que estoy yo aquí para eso” – Decía Tania con algo de recochineo pues Juan solía presumir de saber orientarse bien. Empezaron a andar siguiendo sus indicaciones y llegaron a una plaza enorme dónde  se encontraron con la escultura de la gigantesca cabeza de Lenin que era una de las atracciones de la ciudad. “Un poco egocéntrico este Lenin ¿no?” – Comentaba Juan mirándolo de frente – “Y como no, las fechas 1941-1945 ahí detrás” , “Bueno sigamos a ver si llegamos ya a la estación” – Respondió Tania con hastío.

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El último día en cada país que visitaban lo pasaban con una sensación rara en el cuerpo. Era como si perdiesen las ganas de hacer nada. En los países que les gustaban, tenían una sensación de inapetencia y tristeza por no querer irse y, en los que no les gustaban tanto, primaba la sensación de querer que el tiempo pasase rápido para salir de allí y más aún, cuando el siguiente destino les llamaba bastante la atención. En esta ocasión, era el segundo de los casos y, ambos estaban un poco irascibles. “Creo que vamos mal” – Empezó Juan a decir – “No, no vamos mal” – Contestaba Tania molesta – “Sí que vamos mal, tenemos que ir para allá” , “Que noooo, si la estación está allí…” – Tania estiró el brazo señalando hacia un lado sin mirar y casi golpeó sin querer a una mujer que pasaba justo por allí, menos mal que la mujer tuvo los suficientes reflejos como para esquiar su mano – “¡Oh I´m Sorry!” – Le dijo Tania con cara de susto mientras Juan contenía la risa, lo que irritó un poco a Tania – “Si allí está la estación y esto es la plaza, tenemos que ir hacia allá, no por allí” , “Que no, que lo estás mirando mal” , “¡Joeeee qué cabezón eres!” , “Mira quién habla” , “Pero es que está clarísimo ¡mira el mapa!… pero vayamos por donde tú dices, que tú siempre tienes la razón” , “Eso no es así, yo me confundo muchas veces pero me suelo orientar bien” – Juan, saliéndose con la suya, se giró para seguir por donde creía que se debía ir y al hacerlo se chocó con un hombre que pasaba justo por detrás; esta vez fue Tania quien contuvo la risa ganándose una mirada asesina de Juan. “Vale, por aquí no es. Preguntémosle a alguien” – Dijo Juan cuando se dio cuenta de que se había confundido – “¿A quién le vas a preguntar si aquí nadie sabe inglés?” , “A ese de allí” – Juan se encaminó hacia un hombre que estaba saliendo de lo que parecía un teatro. Le preguntó si sabía hablar inglés y dijo que sí. Respiró aliviado y le formuló la pregunta. La cara del hombre no era la de haber entendido muy bien lo que le decía Juan, pero al segundo, hizo un gesto como de comprender repentinamente y le dijo que le siguiera. Tania, negando con la cabeza, se quedó atrás sentada en un escalón esperando. Cruzaron por la parte de atrás del teatro donde había dos coches y un autobús aparcados hasta llegar a una calle que parecía principal. “Kirrt dirrrection, cruzkkein left privietzu and right” – Dijo el hombre señalando con la mano como si ésta fuera el antiguo juego de la serpiente en los móviles de los noventa y, justamente, le indicaba el camino por donde habían venido ellos desde el hotel – “Joder, menos mal que sabías inglés” – Le dijo Juan con una forzada sonrisa. Vale que no era el Día de la Orientación de Juan, pero por donde le decía ese hombre de cara cuadrada, estaba seguro que no era – “No, no, no, queremos ir a la Bus Station” – Decía a la vez que acompañaba las palabras con gestos. El hombre le miraba fijamente. “Bus…” – Insistía Juan señalando el bus que estaba aparcado – “… Station” – Y hacía como una casa con los brazos sobre su cabeza. El señor, de repente, abrió la boca como para dejar salir una “O” enorme de ella y volvió a cruzar el parking con decisión para indicarle esta vez bien el camino.

¿Qué te ha dicho?” – Preguntaba Tania malhumorada – “Que tenías razón tú, pero que bajemos por estas escaleras para no dar mucha vuelta… o algo así, no hablaba ni papa… lo siento, hoy no es mi día” – Tania apretó los labios y frunció el ceño durante un segundo, resopló por la nariz y dijo – “Cabezón” – a lo que Juan respondió con una sonrisa de niño bueno.

¿Será esto? Parece un polígono” – Preguntaba Tania – “Ahí pone Ticket Office, vamos a ver”. La estación de autobuses parecía de todo menos una estación de autobuses. Pidieron dos billetes y a la hora de pagar sólo aceptaban efectivo. La chica les indicó detalladamente dónde había un cajero cercano y Juan fue a sacar pasta mientras Tania esperaba – “No tardes” , “No tardo”. Pasó cerca de media hora y no regresaba. “Con el día que lleva, a saber dónde se ha ido a por el dinero” – Pensaba ella entre risas que duraron poco cuando seguía pasando tiempo y no aparecía. En esto que apareció Jin, el coreano, para pillar sus billetes. Cruzó un par de palabras con él – “Juan has gone to sacar dinero, pero hace bastante rato ya, voy a ver si le veo”. Justo cuando ella salía llegaba él un poco sofocado. “¿Dónde te habías metido? me tenías preocupada” , “Es que para esta gente que vive en un país tan grande, lo cercano, no tiene nada que ver con lo que es cercano para quienes vivimos en una isla” , “Qué tontico eres. Está dentro Jin. Pillemos los billetes, vayamos a comer y a dormir un rato que te hace falta”.

El bus salía a la siete y, aunque la estación, ahora que ya sabían bien dónde estaba, no distaba mucho del hostel, ir con las mochilas cargados se hacía un plato de mal trago y más a esas horas de la mañana por lo que, esa misma noche, antes de irse a dormir, quedaron con Jin a las seis de la mañana del día siguiente en la recepción para ir los tres en taxi.

Jin resultó ser un tío muy simpático, con mucha conversación y el trayecto hasta la frontera se les pasó en un suspiro. Una vez allí, les hicieron bajarse, coger las mochilas y esperar a ser atendidos uno a uno para que, a golpe de sello en el pasaporte, les dejaran salir de Rusia. De repente se encontraron en tierra de nadie. Unos metros atrás dejaban Rusia y unos metros más para adelante les esperaba Mongolia, un país con el que soñaban desde hacía mucho tiempo, un país que les llamaba mucho la atención y, sobretodo, un país, que les conquistaría, pero eso, es otro capítulo.

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Aquí estoy de nuevo. Vuelvo a coger las letras en esta historia aprovechando que el redactor duerme en un avión camino de Manila, para valorar nuestra experiencia en Rusia. Ha sido un país que no nos ha acabado de convencer por muchas cosas, pero, no quiero meter un idea preconcebida en la cabeza de nadie, ni con nuestras aventuras en ella, ni con las palabras que escribo a continuación. No quiero desanimar a nadie que estuviera pensando en hacer este viaje, es más, os animo a que lo hagáis y que lo viváis en vuestras carnes y me digáis cómo os fue. Que nosotros lo hayamos vivido así, que la gente nos halla parecido fría, seca y distante, no quiere decir que para todo el mundo tenga que ser igual.

Rusia es increíble como país, increíble por lo grande que es, increíble por lo diferente, e increíble por sus paisajes. Pero un país lo hacen, sobre todo, sus gentes y es por esto que nos fuimos de Rusia con un sabor agridulce. Puede ser que estemos acostumbrados a otro tipo de gente, gente que se abre desde el principio, gente que te sonríe en cuanto te ve, gente que hace lo que sea para que estés bien durante tu estancia. También puede que la culpa la tengamos en parte nosotros, que no hemos tenido suficiente paciencia o que no hemos sabido verlo con otros ojos pero, aún con todo eso, nos quedamos con las cosas buenas que nos ha brindado nuestro paso por este país y utilizaremos lo malo para aprender y así evitar que situaciones parecidas no se repitan o que estemos mejor preparados para afrontarlas. De todas formas sabemos que algún día volveremos, ya con la experiencia por delante y es que nos hemos dejado atrás un montón de sitios por ver, St Petersburgo, Kizhi, Kamchatka, por mencionar algunos de ellos.

Nos vamos con el recuerdo de la increíble Plaza Roja y con el impresionante metro de Moscú, con el recuerdo del Provonitsa simpático que nos tocó en el primer tren, de la preciosa Catedral de Kazán, de la belleza del lago Baikal, pero también con el recuerdo de las treinta y seis horas en ese tren y de su borde Provonitsa, de lo difícil que fue hacernos entender en muchas ocasiones, de las miradas curiosas de sus habitantes y de alguna que otra sonrisa fugaz y muchas cosas más que me dejo en el tintero y es que, todo, absolutamente TODO, forma parte del viaje

2 comentarios

  1. Marta

    La imposibilidad para comunicarse con ellos, según vuestro relato, ha sido una constante y eso tiene que ser frustrante. Hay países en los que hacen lo posible por entenderse y hacerse entender porque…todo el mundo quiere hablar y contar cosas…como tú dices…forma parte del viaje…forma parte de la vida, pero el clima debe ser un fuerte condicionante…seguro que rumbo al sur irá mejorando la cosa. Sigue contando!!!

    • Juan Paytubí

      Claro está que el frío es un condicionante pero en Mongolia, como ya contaré, la gente es mucho más cercana que allí y también tiene un clima de extremos… Seguiré contando jejejeje

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