Nuestros Viajes

Novosibirsk, un vuelo y llegada a Irkutsk

El hotel de Novosibirsk no estaba muy lejos de la estación de tren, en un principio lo pillaron así… “¡Perdona Redactor!” … “¿Eh? ¿Quién ha dicho eso?” … “Yo, Juan, uno de los personajes de tus relatos. Siento interrumpirte en este nuevo post” … “¡Ah si! no te preocupes. Dime ¿qué ocurre? ¿me he saltado algo?” … “No, para nada, simplemente me gustaría comentar algo en primera persona” … “Sin problema, todas las letras para ti” … “¡Gracias!”.

Todo esto es para contar algo que, como nos pasó a nosotros, puede llevar a error o a idealizar algo que desconoces, algo que piensas que es de una manera pero que en la realidad se aleja bastante de ese ideal. Cuando alguien te comenta que va a hacer el transiberiano te vienen a la cabeza tres palabras “¡Jo qué bueno!” y realmente lo es, no quiero menospreciar esta ruta, esto es tan solo una aclaración personal sobre ello y, de hecho, animo a la gente a realizarlo, pero la idea de hacer un viaje en tren de esta manera no es, para nada, lo que uno cree o, al menos, lo que nosotros creíamos. Pensábamos que el transiberiano consistiría en comprar una especie de “bono” de trenes que, comprando uno, fuera cual fuese el precio, pudieras coger todos los trenes desde el punto de partida escogido hasta el final del mismo, bajando en todos los pueblecitos que quisieras visitar, mezclándote con la gente del país en sus trenes, hablar con ellos y compartir experiencias. Pero no ha sido así. Para empezar, Siberia es lugar enorme y, con el mes que te dan como máximo de visado para estar en el país, no da tiempo para recorrerlo como a uno le gustaría. En Kazán, nos dimos cuenta de que nos hubiese gustado poder extender la visa un tiempo más para poder llegar hasta la ultima ciudad de Rusia hacia el este, Vladivostok, y por ello, nos pusimos en contacto por e-mail con la Embajada Rusa en España. Su respuesta fue concisa, “Si quieren estar más tiempo en Rusia, han de volver a España y pedir una nueva visa para volver a entrar”.

Por otro lado, no hay tanto pueblecito idílico que ver, en el que parar y en el que poder alojarte. Las paradas son, la mayor de las veces, en ciudades grandes, sino quieres desviarte mucho de la ruta “más directa” hacia tu destino final o si no quieres ver pueblos que son industriales o que no tienen ninguna atracción. Otra cosa idealizada son los trenes y las vistas que el viaje ofrece. Cuando te informas sobre el Transiberiano, se te llenan los ojos de imágenes de trenes con un encanto especial, cómodos, en el que viajar a gusto como el conocido “Rossiya” y del que se te van las ganas cuando ves los precios. Los trenes que el bolsillo te permite, que no son baratos precisamente, son muy normalitos, incómodos para estar tantas horas y puesto que son muchas, si vas en tercera o cuarta clase que son más económicos, el viaje puede ser más que largo y pesado. Como vas dentro de un tren, con unas ventanas no demasiado grandes, tantas horas ahí metido, de las cuales, las más, intentas ir dormido para que todo pase cuanto antes, las vistas no son como caben esperar y tampoco estás para verlas. También hay que tener en cuenta que la mayor parte de los rusos no hablan inglés, salvo (y pocos), en las ciudades principales, por lo que intercambiar experiencias, conocer cómo viven y todo eso, se hace un tanto complicado. Cierto es que estamos en su país, que somos nosotros los que vamos a visitarlo y es algo con lo que vinimos concienciados pero, cuando llevas un tiempo en un país en el que hacerte entender es tan complicado y en el que sacar la sonrisa a alguien es tan difícil, sin querer pierdes la paciencia.

Sabemos a lo que nos exponemos cuando decidimos salir de nuestro ambiente, cuando dejamos atrás nuestro hogar y a nuestra gente. Decidimos hacer esto por ver, conocer, aprender y, sobre todo, disfrutar. Viajar implica, a veces (las menos), pasar situaciones tensas, desesperarse, caer enfermos, incluso, si me apuras, sufrir un poco pero, es más la satisfacción que el malestar, son más las experiencias buenas que malas, las risas que los llantos, la gente amable que la borde y es que todo, TODO, es parte del viaje.

Y ya con esto acabo Señor Redactor, muchas gracias” … “Gracias a ti Juan. Si en otra ocasión necesitáis contarlo vosotros mismos, me lo decís sin problema”.

Por dónde iba… ¡Ah si! el hotel… El hotel no estaba muy lejos de la estación de tren.

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Lo pillaron cerca para no tener que andar mucho con las mochilas a la espalda a la llegada ni mucho a la vuelta cuando tuvieran que coger el siguiente tren. Pero como habían tenido una buena ración de horas de tren, lo de volver a meterse en uno, no era la idea que más les seducía, pero eso ya lo mirarían más tarde con una buena conexión a internet. No tardaron en dar con el hotel, pese a estar un poco escondido y tener una entrada un tanto extraña que parecía más bien la puerta de atrás de algún garito de fiesta. Una vez en recepción, todo tenía buena pinta. Juan hizo uso de una aplicación del móvil para hacerse entender con la recepcionista que también usaba un traductor Ruso/Inglés para hablar con ellos y más o menos funcionó.

La ducha les supo a gloria, el oler a limpio era una maravilla. Aprovecharon que hacía buen tiempo para limpiar a mano la ropa que llevaron en el tren y se tumbaron un rato.

Tengo un hambre…” – dijo Juan a mitad de tarde. Salieron a la búsqueda de una calle que, según vieron en la guía, tenía varios restaurantes. No distaba mucho de dónde estaban, pero lo malo fue encontrar un restaurante en el que, por lo menos, tuvieran la carta en inglés. “¿Cómo era posible que en la tercera ciudad más grande de Siberia y dónde había más universitarios, no se hablase apenas inglés?” Se preguntaban el uno al otro sin comprenderlo bien. “¡Mira Tania, un super mercado!” – “Vamos después de comer a pillar cosas. Me apetece algo “normal”, algo como…” – “¿Pizza?” – Decía Juan mientras señalaba un cartel detrás de Tania que decía “Capriccio”. Habían visto en varios sitios que comer en un italiano en Rusia era una grata sorpresa. “Pues sí, en eso estaba pensando, además, pizza es pizza en todos los idiomas” – Se alegraba Tania.

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El restaurante era pequeño, estaba decorado “al más puro estilo Italiano” pero, la carta la tenían en cirílico. Estuvieron echando un ojo a ver si descifraban los ingredientes cuando llegó un chico joven, alto y delgado que fue a quién le tocó atenderlos por ser el único que sabía algo de inglés. Ya se sabe que en tierra de ciegos, el tuerto es el rey. Pero este rey no veía mucho por su único ojo. “Do you speak english?” – Preguntó Juan – “If” – Contestó él… obviamente, esto es un chiste, pero su inglés no iba mucho más allá. Por suerte les trajo otra carta en ese idioma y pudieron pedir una pizza y una ensalada y sí, la comida estaba buena.

Yo paso de coger otro tren de treinta horas hasta Irkutsk” – Dijo Tania entre bocado y bocado – “Y yo Tania, y yo… pues tenemos varias opciones…” – contestó Juan limpiándose la boca con la servilleta – “… coger un tren de menos horas hasta un sitio intermedio…” – la mueca que hizo Tania fue más que suficiente para darle a entender que siguiera con las opciones. – “…podemos mirar buses…” – Tania seguía con la misma mueca y Juan también puso una muy parecida a la vez que esbozaba una sonrisa – “… o mirar un avión a ver si no nos sale muy caro con tan poco tiempo, y sino, a ver qué hacemos”.

¡¡Buah!! qué suerte tenemos, mira este vuelo Juan” – Tania giraba el ordenador hacia él que estaba tumbado en la cama del hotel buscando vuelos también en su móvil. “Nos sale por un poco menos de lo que nos costaría el tren a Irkutsk y llegamos en dos horas” – “Cómpralo ¡YA!” Dijo Juan impaciente.

Novosibirsk, era la tercera ciudad más grande de Rusia y se abrió al mundo como la capital de Siberia. Tenía una buena variedad de museos, y también era conocido por su vida nocturna. Ambas cosas, no eran del interés ni de Juan ni de Tania por lo que tuvieron la sensación de “perder” un poco el tiempo en esa ciudad.

Para la cena, como no les apetecía estar dando vueltas de nuevo para encontrar un lugar, volvieron al super mercado y compraron raciones de comida ya preparadas.

Aquella noche, Tania cayó dormida en cuanto su cabeza tocó la almohada sino antes. Juan, haciendo esfuerzos para no unirse a Tania, buscaba en internet algo que la ciudad tuviese que mereciera la pena o por lo menos, encontrar un sitio bueno donde poder comer algo típico sabiendo lo que iban a comer; pero cuando la cabeza empezó a darle tumbos, decidió irse a dormir satisfecho con lo que había encontrado.

A las nueve de la mañana les tocaban la puerta los de recepción para traerles el desayuno, como habían acordado el día anterior, nada especial, una especie de pancakes pequeños y gordos congelados y un par de tes. Tras asearse, se tumbaron de nuevo en la cama con la intención de relajarse un poco y si se quedaban dormidos, pues bienvenido sería pero un ruido metálico y unos golpes fuertes hicieron su aparición en escena. Venía de la planta de arriba y la cosa no parecía que fuese a parar en breve. De nuevo con el traductor en el móvil, salieron a preguntarle a la recepcionista si sabía algo sobre las obras de arriba. La mujer, les dijo que el hotel estaba de obras en la planta superior y que acabarían a las dos de la tarde. Visto lo visto, salieron a dar una vuelta por la ciudad con la intención de llegar a la Catedral de Alexandre Nevsky. Fueron por las calles amplias, tan típicas de Rusia y llegaron al Teatro Nacional.

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En una plaza en frente, vieron una exposición fotográfica de cómo eran las cosas antes, cómo eran las calles de la ciudad, como eran los coches y alguna que otra foto de militares importantes.

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De ahí siguieron el mapa del móvil que les “guiaba” hasta la Catedral pero les llevó a una iglesia de barrio en la que se estaba celebrando una boda.

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Siguieron su camino, Plaza Lenina, la minúscula Capilla de San Nicolás,

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de nuevo un monumento a las fechas 1941-1945

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y por fin la Catedral Alexandre Nevsky;

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una catedral de ladrillo rojo de estilo Bizantino que era bastante bonita, sin duda, lo mejor de la ciudad.

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No era especialmente grande pero su encanto residía en los murales pintados a mano del interior.

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El resto del paseo fue bastante tranquilo, acabándolo en un buen restaurante, con carta en inglés y con camareros jóvenes que también hablaban el idioma. Un lugar muy bien cuidado y decorado, con comida típica muy buena y algo europeizada que sin duda disfrutaron.

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A la mañana siguiente salieron pronto para el aeropuerto. Cogieron un mini-bus, se bajaron hora y media después en el aeropuerto y entraron por la primera puerta que vieron.

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Tras el control, tenían que ir a facturar pero antes buscaron su vuelo en el panel electrónico y no salía. Juan se empezó a comer la cabeza – “Madre que nuestro vuelo no existe” , “Que nos han “tangao” por internet” menos mal que Tania, repentinamente, se fijó en algo escrito en inglés en panel; “¡Juan! que esto son salidas internacionales” – se miraron con cara de tontos y se sonrieron cómplices de su tontería. “Juan ¿Te has dado cuenta de que todo el mundo lleva las maletas plastificadas?” – Comentó Tania mientras miraba las maletas de todo el que pasaba cuando iban de camino a la ventanilla facturación. “Qué raro… mejor las plastificamos por si acaso ¿no? pero, Plastificarlas sale carillo” iba diciendo Juan a la vez que se acercaba a la mesa de la cafetería en la que Tania esperaba con las mochilas a que fuese la hora de facturar. Habían llegado demasiado pronto y la compañía de su vuelo aún no había abierto su stand. Estuvieron un rato sentados tomándose algo y pensando qué podían hacer con las mochilas. Al poco, Juan se levantó con la idea de pedirle a una mujer su rollo de papel film, pero no hizo falta, en un rincón del aeropuerto encontró un solitario rollo y con eso solventaron el problema y esperaron hasta que llegó la hora de facturar.

 

 

 

¡Es ese avión!” dijo Tania señalando hacia las pistas. Al final de una pasarela de embarque, un avión grande esperaba a sus pasajeros. “¡Uy! qué guapo cómo mola y es grande

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– Tania frunció el ceño con extrañeza. – “¡No, ese no! el de atrás”. El “de atrás” era un avión muy pequeño, de como mucho cuarenta pasajeros. “Vale, ese quizá sea demasiado pequeño” – Se corrigió él mismo.

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Una vez acomodados todos los pasajeros, el avión despegó y el vuelo fue bastante bueno hasta que empezó a descender y a meterse entre las nubes grises que cubrían Irkutsk. De vez en cuando el avión pegaba algún que otro bote vertical. Por las pequeñas ventanillas no se veía nada más que un color gris uniforme. Una nueva sacudida y se agarraron las manos con preocupación. Por norma general, la gente, cuanto más aviones coge, más se acostumbran a los vuelos y sus turbulencias, pero ellos, cuanto más volaban, menos les gustaba. Todo el proceso de viajar en avión desde la llegada al aeropuerto de salida, hasta la salida del aeropuerto de llegada, era algo que cada vez se les hacía más pesado, aburrido y cansino. Pero reconocían que era el mejor método para viajar.

El avión no dejaba de descender y de girar de vez en cuando para un lado y para otro, las sacudidas y los botes se repetían y por las ventanillas hacía un buen rato que no se veía nada más que la mancha gris. El avión se quedó de repente en silencio, como si hubieran apagado los motores. Los nervios aparecieron de nuevo e iban en aumento. El sonido del avión volvió pasados unos minutos. Visibilidad nula, sacudidas, botes, silencio, botes, sacudidas, silencio, nervios, visibilidad nula, los minutos pasaban y el descenso no cesaba… “¡Mira Juan, ya se ven árboles y carreteras!” – Las palabras de Tania y la visión de algo bajo sus pies les hizo respirar aliviados. Pocos minutos después tocaron tierra.

Irkutsk les recibió con lluvia y algo de frío.

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Fueron a una parada de buses y subieron en un bus destartalado que les impresionó que aún funcionara.

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El conductor, un chico joven y sonriente, miraba el mapa que le mostraba Tania en el móvil para confirmar si era ese bus el que tenían que coger para ir a su hotel. El “autobusero» se reía porque el entendimiento entre ellos era difícil, pero más o menos se apañaron hasta que subió un chico que chapurreaba inglés y, entre sonrisas, les confirmó que ese era el bus que debían coger.

Las nubes iban ennegreciéndose más y más y pareció hacerse de noche antes de tiempo. “¡Buf! qué pereza tener que ponernos a buscar el hotel con esta lluvia” – se lamentaba Juan. “Bueno, parece que está al lado de la parada donde nos tenemos que bajar” – Le decía Tania a la vez que le enseñaba el teléfono con la ubicación del hotel.

En una de las paradas subió un chico de unos veintitantos años, alto corpulento, con una cara agradable, cabeza ovalada y rapado, que escuchaba música con unos grandes auriculares y que les miraba de reojo. Pese a la lluvia y al fresco, vestía con una ligera chaqueta sobre una camiseta de manga corta, un vaquero y unas deportivas desgastadas del uso. A Juan le recordó al muñeco hinchable de la película Big Hero 6. Después de un rato observándoles, el chico no pudo evitar entablar una conversación con ellos. “¡Hello! ¿where are you from guys?” – Les dijo para romper el hielo – “¡Oh Spain! Nice” – Asentía tras la respuesta dada por ellos. “And, Where do you venís?” – Continuó preguntando – “We are viniendo desde Novosibirsk” – Respondió Tania – “¡Ah! es vuestra primera vez en Irkutsk?” – “Si, en Irkutsk y en Rusia” – siguió contestando Tania y seguidamente pasó ella a preguntar – “Sabes cuántas paradas faltan hasta este sitio?” – El chico cogió el móvil – “¡Si claro! yo también me bajo en esa parada, yo os aviso, pero no conozco el hostel”- Siguieron un rato con una ligera conversación. Big Hero 6 en su versión real, tenía un fuerte acento ruso y a veces les costaba entenderle. Les sorprendió gratamente encontrarse con gente tan sonriente y que supieran inglés en un lugar en el que no predominan ninguna de las dos cosas. Llegaron a la parada y los tres bajaron del bus bajo una incesante lluvia. “El hotel tiene que estar por ese lado” – Decía el ruso señalando la acera de enfrente. Le agradecieron su ayuda y se despidieron.

La lluvia se hacía por momentos más intensa pero aún así empezaron a recorrer las calles siguiendo las indicaciones del GPRS del móvil, pero no había manera, no daban con el lugar. “No lo entiendo, si esta calle es Lenina “nosequé” y esta es “Provtovoska” o algo así, el hostal tiene que estar detrás, pero detrás no está” –  Dijo Juan extrañado. – “Vamos a la entrada de ese banco para no mojarnos más y miramos otra vez el mapa o si eso intentamos llamar a ver si con suerte nos entienden” – continuaba diciendo. Por muchas vueltas que le daban al asunto, y al teléfono, no conseguían entenderlo de otra manera. Cuando levantaron de nuevo la cabeza para mirar a la calle, vieron a Big Hero 6 enfrente, con unos amigos bajo un par de paraguas que venían hacia ellos. “Aún no disteis con el hostel?” – Les decía el ruso fuera del cobijo del paraguas como si ese chaparrón no fuera con él. – “No, aún no” – Contestaron ellos. Mientras Tania miraba el mapa con el chico, los amigos de este miraban con Juan cual era la calle del hotel por si a alguno de ellos le sonaba. De repente, Big Hero 6, dijo iniciando la marcha decididamente como impulsado por un resorte pisando todos los charcos habidos y por haber de la calle – “This way” – Y todos le siguieron tratando de esquivar el agua del suelo. Bajó por Lenina St. torció a la derecha por una calle, se paró y dio la vuelta, retrocedieron todos unos metros y se metieron por un callejón más oscuro que la axila de un grillo, con un charco enorme de unos ocho metros cuadrados a la entrada y que el ruso cruzó por encima como si fuera el Titanic. Tania y Juan pasaron por un borde, pegados a la pared para no meter los pies como lo estaba haciendo Big Hero 6 que desaparecía tras una furgoneta negra. “¡Not this way!” aparecía repentinamente tras la furgo volviendo sobre sus decididos pasos casi chocándose con Tania que iba la primera. Otra calle a la derecha, la siguiente de nuevo a la derecha y se detuvo en seco debajo de la marquesina de una parada de bus en frente del banco donde se habían vuelto a encontrar con él. “I going to llamar por teléfono al hotel”. Un minuto después de espera escuchando la conversación, se ponían todos de nuevo en marcha y en la tal calle Lenina St, enfrente de donde se habían bajado, un cartel con el nombre del hostal, señalaba un callejón a la izquierda. Su empapado e improvisado guía dijo con una sonrisa de oreja a oreja – “¡That Way Guys! ¡GOOD LUCK!” , “Thank you very much my friend!” – Respondieron ellos y él y sus amigos se fueron, entre risas, calle arriba.

El callejón daba paso a un patio interior enorme con un parque infantil lleno de árboles y  en un extremo del patio se hallaba plantada una casa prefabricada bastante grande – “¡Wow! tiene buena pinta, aunque es difícil de encontrar”.

La recepción era pequeña y tras el mostrador una chica les recibía con algo que nunca pensaron que se pudiera hacer, una seria sonrisa. No sabía inglés, de modo que tuvieron que hacer uso del traductor de nuevo.

Siguieron a la recepcionista que salía a la calle y doblaron la esquina de la casa para entrar por una puerta lateral a las habitaciones en una planta superior.

 

 

¡Esta habitación es tope Kirst!” – Dijo Tania sorprendida dejando a Juan boquiabierto – “¿Qué es eso?” , “Es un estilo muy cargante y hortera, ahí reside su gracia” – aclaraba Tania sonriendo. La habitación, abohardillada, tenía un techo de láminas de plástico blanco, las paredes eran de color salmón con algún que otro dibujo suave y cuadros de bosques en marcos dorados recargados. Una manta aterciopelada de lineas marrones y blancas con manchas más oscuras cubría la cama que se apoyaba sobre una cabecera con estampados muy antiguos bajo unos pompones de colores muy extravagantes clavados a la pared. Vamos, que no tenía desperdicio, pero resultaba todo muy gracioso.

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La zona de las habitaciones tenía un área común para todas, el baño, que estaba bastante limpio y la cocina, que estaba equipada con todo lo necesario para cocinar, lo que les hizo darse cuenta del hambre que tenían.

Fueron en busca de un restaurante vegetariano que ponían muy bien en la guía pero a los veintiún minutos de marcha con esa lluvia que a veces les daba un respiro y otras les caía más fuerte sobre las cabezas, acabaron entrando en un gran supermercado que encontraron del camino y pillaron comida para llevar.

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La cabeza, las chaquetas, los pantalones, las botas, y hasta la ropa interior la tenían mojada cuando llegaron al hotel. Pero ya les daba igual, se ducharon, tendieron la ropa y después de cenar cogieron la cama y la manta de “ciertopelo” con tantas ganas que no tardaron ni un minuto en caer dormidos.

3 comentarios

  1. Paco

    Hermano, vaya historias en la Rusia de Putin! La verdad q me imaginaba el transiberiano mucho mas lujoso e increible.
    Pero como dices, lo importante es la experiencia! Asi q a disfrutar chicos!

  2. marta alonso

    Está claro que estar tantas horas en un tren tiene que ser muy cansado…a no ser que seas Sheldon Cooper!!! La idea que tenía del transiberiano era justamente la que teníais vosotros antes de hacerlo…en cualquier caso el olor a pis hubiera acabado conmigo…
    Preciosa la catedral de Novosibirsk.
    Respecto al respeto a volar, a mi me pasó igual, al principio me gustaba pero al ir cogiendo más aviones…me agarro a los apoyabrazos como una loca…conozco más gente que le ha pasado igual. En cualquier caso es la mejor forma de viajar lejos…aunque…prefiero la autocaravana!!!jajaja.
    A seguir disfrutando y…escribiendo!!!!
    Besos

    • Juan Paytubí

      JAJAJAJAJA a mi me gustaría recorrerme de nuevo Rusia pero en furgona…hasta el final… Gracias por leer. MUUUUAAAKS

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