Dos horas de retraso en el avión que nos tenía que traer a la India desde Londres. Diez horas de vuelo en un avión bastante cómodo, dentro de lo que cabe, con un sin fin de películas para ver que amenizaron el viaje, yo no quise dormir mucho para llegar y coger el ritmo de la ciudad rápidamente. Comida a base de arroz, garbanzos, verduras; sonaba estupendo hasta que le hincamos el diente y por poco se nos cae… ¿es que no hacen comida sin que parezca que estás comiendo fuego?, la respuesta es si y nos trajeron cus-cus con verduras.

Aterrizamos en el Indira Gandhi a las 4:33 hora local, cansados pero con un amigo hecho. Argentino, estilista de una cadena de televisión de Buenos Aires, muy gracioso. La cola para entrar era larga y al cansancio se le unió un picor de ojos, un rascar en la garganta y un olor a petardo cómo si en una mascletá enorme de Valencia estuviéramos. Todo debido a una niebla que invadía los pasillos del aeropuerto, una niebla gris, espesa, agobiante, una niebla de contaminación que apretaba nuestros pulmones.

Salimos, con rupias en el bolsillo, y en el taxi que vino a buscar a Nicolás (el Argentino) nos acoplamos y tras alucinar con otro olor nuevo, a picante, alucinamos con el dichoso taxi y con la manera de conducir de todos y cada uno de los Hindúes.

El taxi era viejo pero con personalidad (como mi coche jejeje), el cinturón delantero, donde me senté, no se enganchaba, los retrovisores… no creo que sepan que existen o para que se usan, cada uno miraba al lado equivocado o estaba roto. Tras verme perplejo, el taxista me dedicó una de sus mejores sonrisas mostrándonos su escasa dentadura, y soy generoso con la expresión, para romper el hielo, y surtió efecto, las risas aparecieron en nuestras caras y el camino empezó de buen humor y continuó in crescendo, porque, ¿qué sentido tiene ponerse nervioso cuando ves que las señales de tráfico y las normas de circulación son tan escasas como los dientes de nuestro conductor? pues eso, ninguno. Hasta que llegamos a un cruce brutal, con un coche parado porque en conductor decide bajarse a mear, con vehículos en cuatro sentidos diferentes, (que yo creía que sólo había dos, ida y vuelta) con hombres en CicloRickSaw cargados con todo tipo de cosas, gente andando, tuc-tucs que cuando giran hacia un lado se levanta la rueda contraria, pitidos de todas partes y encima con el volante al otro lado.

Ahí si que me acojoné lo suyo, pero, inexplicablemente, todo el mundo pasaba de un lado para otro y ni un roce. El hotel, de cuatro estrellas, que es un dos en España pero muy cómodo para echar las dos primeras noches, está en un calle cochambrosa, sucio que si la ves en occidente ni se te ocurre entrar, pero aquí es normal, es normal ver hoteles grandes y la gente en la calle tirada, es normal que las madres salgan a la calle con sus hijas pequeñas para pedir limosna, es normal ver niños solos corriendo entre basura y bastante desnutridos, es triste pero es así y hay que mirar hacia otro lado, si se puede, las recomendaciones dicen que no den dinero a la gente hoy, porque mañana tendrán familias enteras pidiendote.

 

Tras dormir unas horas alquilamos en el hotel un taxi entre los tres por 18 € para que esté desde las 12 hasta las 19 horas con nosotros para llevarnos a todos los sitios que podamos ver en ese tiempo, y aún así pensamos que podríamos haberlo sacado más barato y es que el primer día es difícil regatear por tan sólo unos euros, porque ¿qué son dos euros más? pero la cosa funciona así ellos te dicen un precio y es tres veces más de lo que realmente les cuesta a ellos y si cuela… pero ya nos iremos soltando al igual que con el inglés, que por cierto…menudo inglés jejeje, pero nos salió bien la cosa, Tania entiende bastante bien pero no se atreve a hablarlo (con el tiempo lo hará) y yo prefiero hablarlo porque soy un poco duro de oído (vendrá de familia jejeje).

 

Vimos lo más representativo de New y Old Delhi y no me refiero al tráfico y a la contaminación sino a templos y mausoleos (como en el que está enterrado Gandhi) en los que hay que entrar descalzo.

 

Compramos una tela de una suavidad increíble en un mercado (estamos seguros de que podíamos haberle regateado más, pero sabe mal) y al final del día, llegamos al hotel destrozados con ganas de caer en los brazos de Morfeo, recuperar fuerzas y mañana dejar esta capital caótica para encaminarnos a Agra donde está el Taj Mahal, que creemos que merece la pena pagar 750 rupias ( 11 €) por persona para disfrutarlo y fundir la tarjeta de la cámara.

Como bien me dijeron: «…la India es un pais para verlo y olerlo.»